sábado, 27 de octubre de 2012

  Ahora nadie realmente me está escuchando, 
pero yo quiero hacerle una canción a mi amor. 
Como no he tenido amores duraderos, 
nadie va a pensar que estoy hablando de sí 
cuando diga cosas del abrazo, 
de las despedidas y los besos. 
El beso de que hablo 
se lo pude haber dado a mi guitarra. 

Los rostros son como estaciones, 
pasan llenos de hojas amarillas, 
de soles ardorosos, de vientos arropados. 
Nadie tiene estaciones en su haber. 
Todo el mundo se queda bajo su piel 
caliente. 
El calor y la brisa retozan afuera, 
la verdad y la mentira retozan afuera, 
los proyectos de cielo, la paciencia del tiempo, 
una sombra en la que crees ver la luz, 
pero tanto la aurora como la cruz quedan afuera. 
Es aire que se respira y que se deja: 
se queda. 

Heme aquí hablando al mismo ritmo 
de muchas direcciones, de mil oscuridades 
que han servido para emprender abrazos, 
sitios donde han rodado tantos cuerpos 
vacíos o plenos. 
Para qué describir el pelo del amor, 
si el pelo del amor cambia de forma. 
Para qué pronunciar los vanos trazos 
con que a veces descubro el desconcierto. 
No digo, no hablo. 

Yo no describo la risa del amor, 
pues si acaso dijera que su risa amanece 
en la buena penumbra de una calle desierta, 
que hay un sol sumergido en sus labios terribles, 
mis ojos fueran manos en la oscuridad, 
y no: 
son ojos, pese a todo 
son ojos mis ojos. 

Mi amor existe y nunca se peina 
ni ríe ni mira. 
Es amor solamente. 
Sólo amor. 

ACERCA DEL AMOR,  Silvio Rodríguez, (1969)

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